Quito cuenta con
el Centro Histórico mejor conservado de Latinoamérica, no por nada fue
declarada por la UNESCO en 1978 como primer Patrimonio Cultural de la
Humanidad.
A pesar de
tener esta joya arquitectónica, el
Centro Histórico de la capital de los ecuatorianos es un área de la ciudad con
una complejidad social que a lo largo de los años y con crecimiento hacia el
norte y el sur, fue transformándose. Aquí es donde se concentran las
principales dependencias del gobierno local y algunas del gobierno central; tiene
un alto índice de locales comerciales y por tanto gran flujo de personas
durante las horas laborables. También
sus grandes casas coloniales, se convirtieron en casas renteras para albergar un
buen número de personas de escasos
recursos económicos, lo que también ha traído consigo un problema de
hacinamiento e insalubridad.
Aunque varias
administraciones del cabildo han hechos grandes esfuerzos por regular el espacio
público del casco colonial, se reglamentaron las ventas callejeras, se
implementaron contenedores de basura, se rehabilitaron museos, se mejoró el
espacio turístico y se resguardó la seguridad; los problemas que han aquejado
al Centro Histórico por años se han exacerbado a vista y paciencia de la administración
de turno.
No vivo en el
centro, pero a menudo voy de paseo, a visitar los museos o simplemente a
comprar algo que solo encontramos en locales especializados. El fin de semana pasado estuve por ahí, luego
de recorrer la exposición del Centro Cultural Metropolitano, decidí descansar
en la sombra en uno de los bancos de la Plaza Grande. Bastan unos pocos minutos
y algo de sesuda observación para constatar la concentración de la miseria
humana en unos pocos metros cuadrados. Borrachos, traficantes de droga,
mendigos, prostitución, seguramente uno que otro ladronzuelo con mirada
sospechosa, mezclados con decenas de vendedores que ofertan de todo: desde una
variada oferta gastronómica, que incluye helados, espumilla, golosinas, entre
otras delicias quiteñas, hasta los vendedores de periódico, sombreros, papel
higiénico, peinillas, y un sinfín de artículos que ofertan los vendedores
callejeros. Lo más increíble de todo, es que esta vorágine de comercio y mala
vida, se mezcla con los turistas locales y foráneos a vista y paciencia de la
policía metropolitana a quienes pareciera que este cuadro de la vida cotidiana
de la Plaza Grande fuera de lo más común.
Esta plaza es
solo una muestra de lo que pasa en gran parte de las más de 300 hectáreas que
comprenden el Centro Histórico.
Es cierto que
los mismos habitantes son quienes dejan las jardineras con basura, que se sigue
escupiendo y orinando en las paredes de las centenarias casas coloniales, que
cada vez que hay una protesta social son también esas paredes víctimas del
reclamo social y que ante la falta de toma de conciencia y el respeto por el
espacio público, es poco o nulo lo que la administración pueda hacer, pero también
es cierto que el control se les ha ido de las manos.
Hace unos años
cuando se regularon los letreros comerciales y cuando se reubicó a cientos de
vendedores ambulantes, el Centro Histórico tuvo un respiro y una nueva cara se
pudo observar en estas calles. Sin embargo, parece que hemos regresado en el
tiempo.
Se entiende que las prostitutas del Centro Histórico quieran ejercer su profesión adecuadamente pero no se ha resuelto el problema, que los vendedores ambulantes necesitan trabajar y cada vez son más quienes salen a la calle a buscar el sustento diario, pero ¿quién los regula o capacita?, también, ¿qué pasó con el proyecto de peatonizar el centro?, y sobre los niveles de dióxido de carbono que son altísimos durante el día, o los cientos de buses que atraviesan el centro contaminando el aire que impregna de smog los edificios coloniales deteriorándolos y exigiendo un elevado costo de restauración. Pero claro, hay que tener contento al electorado, no causando malestar y so pretexto de esto no se toman medidas y acciones paliativas.
Se entiende que las prostitutas del Centro Histórico quieran ejercer su profesión adecuadamente pero no se ha resuelto el problema, que los vendedores ambulantes necesitan trabajar y cada vez son más quienes salen a la calle a buscar el sustento diario, pero ¿quién los regula o capacita?, también, ¿qué pasó con el proyecto de peatonizar el centro?, y sobre los niveles de dióxido de carbono que son altísimos durante el día, o los cientos de buses que atraviesan el centro contaminando el aire que impregna de smog los edificios coloniales deteriorándolos y exigiendo un elevado costo de restauración. Pero claro, hay que tener contento al electorado, no causando malestar y so pretexto de esto no se toman medidas y acciones paliativas.
El patrimonio
cultural se refiere al acervo cultural de una comunidad y esta debe
transmitirse a las generaciones presentes y futuras. El casco colonial es patrimonial no solo por
su antigüedad, es patrimonial porque conserva la memoria histórica de nuestra
ciudad y como tal es de vital importancia preservarla.
Siento enorme
tristeza cuando alguien atenta contra un bien patrimonial, pero siento mayor frustración
e impotencia cuando veo a la autoridad de la ciudad cruzada de brazos.
Gigi Briceño