Hace pocos días se acabó la Convención Mundial Hábitat III en la ciudad de
Quito. Si bien es cierto fue de gran importancia que se realice en nuestra
ciudad, también es cierto que tuvo a la zona centro en una congestión vehicular
permanente durante los días del evento y generó protestas y malestar en los
quiteños por la manito de gato que dio la alcaldía a la ciudad para que por lo
menos en unos pocos metros a la redonda de donde se sucedía el evento “parezca”
una ciudad ordenada, limpia, señalizada y con ciclovías; es decir, una ciudad
sostenible, que era el tema medular a tratar durante la conferencia.
Más allá de la crítica del manejo municipal de un evento de tan importante
magnitud, pocas veces visto en la franciscana ciudad de Quito, quiero hacer
referencia esta vez al tan anunciado evento de la “Fiesta de la luz”, el mega
evento cultural que ofreció la alcaldía como evento público a propósito del
Hábitat III.
Se anunciaba con bombos y platillos como el gran evento con despliegue de
tecnología y como una arriesgada apuesta por iluminar con imágenes en
movimiento algunos de los principales edificios patrimoniales del Centro
Histórico. Se anunció que la
municipalidad de Lyon sería la gran orquestadora del evento, quienes llevan
haciendo la fiesta de las luces por más de trescientos años y que es reconocida
a nivel mundial por el despliegue de luminarias, no solo en la técnica del
“mapping” (proyección en edificaciones) sino por la puesta en escena de calles
enteras iluminadas exquisitamente, comparsas, carros alegóricos y un despliegue
de elementos que realmente la hacen ver como una “fiesta” de la luz, nada que
ver con lo que pasó en nuestra querida ciudad.
Siete lugares se iluminaron en el Centro Histórico durante cinco noches
consecutivas, según datos del propio Municipio asistieron más de un millón y
medio de personas y aunque esta cifra para quienes hacen gestión cultural no es
nada reprochable, al contrario es una cifra que da cuenta de que en la ciudad
hay un público ávido por consumir cultura masivamente, estos datos no dicen lo
que realmente pasó tras la multitud de capitalinos que asistimos o “tratamos de
asistir” a ver el espectáculo.
Es verdad que los quiteños tenemos fama de ser noveleros y que además de la
parafernalia propagandística del Municipio, las redes sociales se llenaban a
diario de las fotos y videos que los que asistían al evento publicaban,
provocando mayor curiosidad. Esta conjunción de cosas y el hecho de que en
Quito no estamos acostumbrados a tener permanentemente una oferta cultural que
expongan a sus ciudadanos a eventos de esta naturaleza, hizo que casi la ciudad
entera se vuelque a las calles del Centro Histórico durante cinco días.
Luego de la insistencia de mi esposa e hijos, finalmente me decidí ir el
miércoles a la “Fiesta de la luz”, el último día. Como sabía que había fútbol y
que ya había estado bastante lleno los días anteriores pensamos que no iba a
haber gran confluencia de público y nos decidimos a llevar a los niños (como
otro novelero más). Llegamos en bus hasta La Marín y empezamos a subir las
empinadas calles del Centro Histórico con mis dos pequeños y mi esposa. Desde
la calle Flores ya se empezó a sentir el
tumulto, eran cerca de las 20h30 y de pronto al llegar a la Guayaquil el río de
gente era impresionante, decidimos seguir subiendo a ver si la congestión era
menor más arriba, nuestro objetivo era solamente ver la iglesia de La Compañía
y la Plaza Santo Domingo, dos de los puntos principales del evento. La Venezuela
otro río increíble, pero al llegar a la García Moreno (calle de La iglesia de La
Compañía) la cosa se puso turbia, ni siquiera se podía caminar, empezaron los
empujones y pisotones y la turba de gente nos empujaba y nos movíamos
arrastrados por la corriente. De pronto una cuadra antes de llegar a la iglesia
la cosa se hizo insostenible. Era un verdadero tapón humano, no se movía más la
gente, estábamos estancados en esa masa uniforme de personas y la desesperación
se apoderó de mis niños. Tomamos la decisión de salir de ahí, ¿qué disfrute iba
a haber en ese aplastón masivo? Decidimos salir de ahí a empujones (por que no
había otra forma) y logramos zafarnos de eso. Sin embargo quisimos hacer un
nuevo intento en la Plaza de Santo Domingo, que al ser una plaza de gran
amplitud pensamos que el panorama sería distinto, pero ¡qué va! otra vez más
empujones, pisotones y un trancón de igual magnitud. Finalmente tomamos la
decisión de abandonar nuestra aventura y regresar a casa sanos y salvos pero con
gran frustración por no haber logrado el objetivo.
Los únicos que hicieron su agosto en medio de tanto tumulto fueron los
vendedores ambulantes. Me impresionó la oferta gastronómica nunca antes vista
en las calles del Centro Histórico: salchipapas, pristiños, choclo asado,
colada morada con guagua de pan, empanadas, entre otras delicias culinarias,
también tuvieron gran acogida los vendedores de juguetes luminosos para los
niños y todos los restaurantes que abrieron sus puertas. Por lo menos alguien salió ganando de todo
esto.
Entiendo que al Municipio se le fue de las manos el control del evento, no
esperaban tanta gente, pero si ya vieron que desde el primer día la afluencia
era tan grande, ¿por qué no tomaron medidas para organizar de mejor manera los
circuitos de visita? No vi un solo policía municipal en todo mi periplo, ni un
cartel, ni una guía y si estaban se perdían simplemente en la masa. Si se organizaba un circuito de visitas bien
señalizado tal vez otro hubiera sido el cantar. Me impresionó también que a
pesar de ver ese río de gente, muchos fueron con ancianos en sillas de ruedas y
bastones, con bebés en coches, y exigían respeto y gritaban por los empujones. ¿Cómo
controlar eso? Pues no hay que ir a lugares así con población vulnerable, yo
estaba con mis niños de ocho y diez años y ya me parecía que era un poco
peligroso exponerlos a semejante maltrato, ¡qué decir de estas personas que no
pueden valerse por sí mismas! Así funciona la novelería del quiteño
lastimosamente.
En fin, que nos quedamos con las ganas de ver la famosa “Fiesta de la luz”,
volvimos cansados, molestos, maltratados. La reflexión aquí es que el Municipio
no está listo para albergar un espectáculo de esta naturaleza y les falló la
planificación definitivamente, pero también les deja una gran lección: la
ciudad de Quito pide a gritos que se hagan más eventos culturales en la ciudad.
Miguel Jiménez