Cuando escucho la palabra “barrio”, vienen a mi memoria los recuerdos de
infancia cuando el barrio era parte de nuestra identidad y parte de nuestra
cotidianidad. Pertenecer a uno u otro barrio representaba tener unos patrones
identitarios definidos, no por nada se conoce a la gente de un barrio por sus
comidas, por sus juegos, su jerga o sus artesanos.
Cuando yo era niña, en mi barrio se hacían mingas para arreglar las
veredas y parques; participábamos la familia entera. Era un día de trabajo,
pero también era un día de fiesta. Había mucha comida que compartíamos entre
vecinos, había música y para los más
pequeños el trabajo se convertía en un juego.
En las fiestas de Quito el barrio entero se reunía para organizar la
consabida fiesta del cinco de diciembre y entre todos se adornaban las calles,
se hacía el canelazo y se ponía la cuota para contratar el discomóvil.
En Quito sigue existiendo en algunos lugares esa manera de habitar la
ciudad y ese sentir de barrio; sin
embargo, esta concepción es cada vez más lejana. La vorágine del crecimiento de
la ciudad ha ido transformando la manera en que se relacionan sus habitantes. La
proliferación de edificaciones y la inevitable super población de alguna zonas,
ha cambiado sin duda las dinámicas de la urbe. Ahora vivimos en edificios con más de veinte
vecinos, a quienes ocasionalmente vemos en el ascensor y apenas si saludamos
por cortesía. No sabemos qué hacen ni quiénes son los que viven en la puerta de
enfrente, y este aislamiento ha traído consigo que los quiteños nos volvamos
cada vez más individualistas y menos solidarios. El sentido de barrio se ha ido
perdiendo paulatinamente.
La definición de barrio más acertada que he encontrado dice que barrio es “parte de una población de extensión relativamente
grande, que contiene un agrupamiento social espontáneo y que tiene un carácter
peculiar, físico, social, económico o étnico por el que se identifica”.
Partiendo de esta premisa, también es interesante hacer un poco de
memoria y ver cómo se formaron los barrios en Quito; si bien es cierto, las
ciudades no siempre crecen de manera ordenada, también es cierto que el
problema habitacional es permanente en las grandes ciudades y si no se controla
de manera adecuada, desencadena en nuevas problemáticas para la ciudad. Muchos
barrios nacieron de asentamientos, por tráfico de tierras o invasiones, y estos
barrios improvisados crecieron sin accesos adecuados y sin servicios. El
municipio ha tenido que hacerse cargo de regularizar su situación a fin de poder
resolver las necesidades de sus habitantes. Muchos permanecieron en esta
precariedad por años y atravesaron por varios avatares para lograr que se legalice
su situación.
En la anterior administración municipal se creó el plan “Regula tu
barrio” para dar solución a los cientos de barrios que se encontraban sin un
sustento legal. Fueron 335 barrios en total los beneficiarios del plan, lo que
correspondió a más de 125 mil quiteños. Fue un plan que si bien no fue fácil de
implementar, tuvo resultados positivos.
El barrio de Atucucho en el norte
de Quito por ejemplo, por 30 años no encontró una solución al
problema de tenencia de la tierra y de verificación de legítimos posesionarios
y finalmente logró su cometido.
Se esperaba que la administración de Rodas continúe con los proyectos
que dieron soluciones concretas y “Regula tu barrio” es una de ellas. Sin
embargo y con asombro, hemos visto cómo el alcalde Rodas ha decidió que este
plan no está entre las prioridades de su administración y por ende ha decidido
reducir el presupuesto en este rubro.
La regularización de barrios es
vital para la ciudad, por un lado porque ayuda a poner orden al crecimiento desordenado, a fijar el límite urbano y a determinar los mecanismos claros de control; y por otro lado los
procesos de regularización han ido de la mano con el fortalecimiento de la
organización social que ha permitido enfrentar las mafias, los chantajes y la
extorsión de los lotizadores y traficantes de tierras, que por muchos
años abusaron de la gente.
El sentido de barrio aquí va más
allá de organizar una minga y cuidar del ornato, es luchar por el derecho de
cientos de personas a tener una vivienda digna, con accesos y servicios básicos
para una convivencia adecuada. Son
problemas complejos que hay que afrontar, que sabemos que no se resuelven de la
noche a la mañana pero que sin duda los habitantes de Quito se lo merecen.
Gigi Briceño