Ser joven puede significar muchas cosas: puede ser fortaleza
y debilidad; te permite una gran capacidad de adaptación y una apertura al
cambio que hace que las cosas se resuelvan de manera más fácil; una capacidad
para adoptar nuevas tendencias o nuevas tecnologías, basta ver el tiempo que le
toma a nuestros padres adaptarse a un nuevo teléfono celular y qué decir de los
que son más jóvenes que nosotros que parece que vienen con manual instalado ya
de fábrica.
En política ser joven significa también que estás
“descontaminado” de aquellos que ya tienen larga trayectoria, y que tu interés por cambiar el mundo que te
rodea es al menos parcialmente genuino. Significa así mismo, una alta dosis de idealismo, que puede desvanecerse
en cualquier momento, pues nunca la realidad será igual a la idea de ella. Quienes
son más jóvenes que nosotros (confesión aparte: tengo 35 años y sí, todavía me
considero “joven”) se mueven entre espectros completamente opuestas: o son
valientemente y ferozmente activos o son totalmente apolíticos.
Ahora, (otra confesión) tengo muchos amigos que trabajan en
el gobierno, unos más comprometidos que otros, pero todos rodeados de gente
contemporánea en puestos de alta responsabilidad. Tenemos (como país) ministros,
gerentes de empresas públicas y directores jóvenes cumpliendo tareas de alta
responsabilidad.
Nuestro optimista burgomaestre es también relativamente
joven, así como su equipo de trabajo; sin embargo, esta juventud parece que se ha traducido en inexperiencia
e irresponsabilidad a la hora de manejar la ciudad. Primero les tomó casi 6
meses completar la planilla directiva de las empresas públicas municipales; adicionalmente
la ausencia de proyectos concretos terminó en lo que ahora sólo puede ser calificado
como una “novela” -que no repetiremos aquí-, que en resumen le costó al alcalde
su aliado original y un par de reuniones “acaloradas” al interior del Concejo.
Ser joven no es en sí
un problema a mi juicio, es más bien una
fortaleza; pero si uno es joven,
inseguro e irresponsable o si por el contrario uno insiste en portarse
como adolescente resentido y machista, el resultado serán solo problemas.
Espero que el alcalde consiga que sus jóvenes (y los no tan jóvenes) empiecen
(casi 1 año y medio después) a trabajar
por la ciudad. Quito no merece (y estoy segura que no aceptará) tener un
Concejo convertido en el Congreso de otrora, donde los cenicerazos eran la
única forma de conseguir “acuerdos”. Los mismos concejales de la alianza Suma-Vive
son los que le han dado problemas al alcalde. Esperemos por el bien de todos, que
logre poner la casa en orden.
Rocío Pérez