Entendido como una identidad sexual, el machismo supone la noción de
que los hombres tienen un “apetito sexual casi incontrolable” y por tanto están
en su derecho a satisfacerlo de la forma que lo consideren apropiado. Por el
contrario, la identidad sexual femenina es vista como un elemento que el hombre
debe subyugar. En ese sentido se espera de nosotras las mujeres que tengamos
una sola pareja para toda la vida y por supuesto ninguna antes del matrimonio.
La identidad machista se construye en torno a la reputación y quienes
la ostentan hacen cualquier cosa para mantenerla. La respuesta de rigor cuando el hombre
machista es descubierto en alguna
actividad que la sociedad reprocha, es lanzarse presuroso a la búsqueda de un
culpable que (casi) siempre es la mujer.
La sociedad tiende a aupar esta noción y la mujer se convierte en la
portadora de la letra escarlata y la “destructora de hogares”. Prejuicios como estos son permanentes y
resulta imposible negarlos ante el “acto de contrición” del “pecador”, cuando no falta quien sugiera (abiertamente o no) que
es culpa de la “tentadora” que lo indujo a pecar como si los encantos femeninos
fueran prácticamente imposibles de eludir.
Lamentablemente somos las mujeres, en la mayoría de ocasiones, las
que perpetuamos estereotipos tomando como justificación que se rompe el vínculo
de la familia. Es más complejo que esto, sin embargo, resulta indispensable
entender que se trata de una relación entre dos adultos que pueden consentir y
son responsables de las acciones realizadas y que la salida de achacar a la
“seductora” no solo resulta cobarde si no que es la salida más fácil.
Somos una sociedad que crucifica a las mujeres por haber decidido
participar en una relación entre adultos y consensuada, que acusamos a la
víctima sin ningún miramiento porque usó la falda muy corta o se paró de una
manera especial o miró de una cierta
manera, la culpa recae en la víctima en
vez de promover una educación que prevenga a los agresores y este tipo de pre
concepciones erradas.
La concejala quiteña Carla Cevallos, quien había llevado a cabo una
campaña contra la violencia de género y a quien criticamos en otra ocasión por
jugar dentro de las mismas categorías machistas (Yo soy Puta), es ahora la
víctima de una movida machista de su colega Antonio Ricaurte que, con un video
de poco más de un minuto, convirtió a la
mujer en el chivo expiatorio para ocultar un error que es de su entera
responsabilidad.
Hoy al terminar la tarde el medio de comunicación digital La República
“informó” que el equipo de Antonio Ricaurte niega la autoría del video y el
medio sostuvo que “alguien muy parecido a él” es quien aparecería ahí.
Solamente añadir que ya es una muestra
más de su cobardía al creer que aceptaremos esta estrategia simple e
infantil del “ no fui yo”.
Rocío Pérez