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miércoles, 22 de junio de 2016

Patrimonio en deterioro



Quito cuenta con el Centro Histórico mejor conservado de Latinoamérica, no por nada fue declarada por la UNESCO en 1978 como primer Patrimonio Cultural de la Humanidad.  
A pesar de tener  esta joya arquitectónica, el Centro Histórico de la capital de los ecuatorianos es un área de la ciudad con una complejidad social que a lo largo de los años y con crecimiento hacia el norte y el sur, fue transformándose. Aquí es donde se concentran las principales dependencias del gobierno local y algunas del gobierno central; tiene un alto índice de locales comerciales y por tanto gran flujo de personas durante las horas laborables.  También sus grandes casas coloniales, se convirtieron en casas renteras para albergar un buen número  de personas de escasos recursos económicos, lo que también ha traído consigo un problema de hacinamiento e insalubridad.
Aunque varias administraciones del cabildo han hechos grandes esfuerzos por regular el espacio público del casco colonial, se reglamentaron las ventas callejeras, se implementaron contenedores de basura, se rehabilitaron museos, se mejoró el espacio turístico y se resguardó la seguridad; los problemas que han aquejado al Centro Histórico por años se han exacerbado a vista y paciencia de la administración de turno.
No vivo en el centro, pero a menudo voy de paseo, a visitar los museos o simplemente a comprar algo que solo encontramos en locales especializados.  El fin de semana pasado estuve por ahí, luego de recorrer la exposición del Centro Cultural Metropolitano, decidí descansar en la sombra en uno de los bancos de la Plaza Grande. Bastan unos pocos minutos y algo de sesuda observación para constatar la concentración de la miseria humana en unos pocos metros cuadrados. Borrachos, traficantes de droga, mendigos, prostitución, seguramente uno que otro ladronzuelo con mirada sospechosa, mezclados con decenas de vendedores que ofertan de todo: desde una variada oferta gastronómica, que incluye helados, espumilla, golosinas, entre otras delicias quiteñas, hasta los vendedores de periódico, sombreros, papel higiénico, peinillas, y un sinfín de artículos que ofertan los vendedores callejeros. Lo más increíble de todo, es que esta vorágine de comercio y mala vida, se mezcla con los turistas locales y foráneos a vista y paciencia de la policía metropolitana a quienes pareciera que este cuadro de la vida cotidiana de la Plaza Grande fuera de lo más común.
Esta plaza es solo una muestra de lo que pasa en gran parte de las más de 300 hectáreas que comprenden el Centro Histórico.
Es cierto que los mismos habitantes son quienes dejan las jardineras con basura, que se sigue escupiendo y orinando en las paredes de las centenarias casas coloniales, que cada vez que hay una protesta social son también esas paredes víctimas del reclamo social y que ante la falta de toma de conciencia y el respeto por el espacio público, es poco o nulo lo que la administración pueda hacer, pero también es cierto que el control se les ha ido de las manos.
Hace unos años cuando se regularon los letreros comerciales y cuando se reubicó a cientos de vendedores ambulantes, el Centro Histórico tuvo un respiro y una nueva cara se pudo observar en estas calles. Sin embargo, parece que hemos regresado en el tiempo.

Se entiende que las prostitutas del Centro Histórico quieran ejercer su profesión adecuadamente pero no se ha resuelto el problema, que los vendedores ambulantes necesitan trabajar y cada vez son más quienes salen a la calle a buscar el sustento diario, pero ¿quién los regula o capacita?, también, ¿qué pasó con el proyecto de peatonizar el centro?, y sobre los niveles de dióxido de carbono que son altísimos durante el día, o los cientos de buses que atraviesan el centro contaminando el aire que impregna de smog los edificios coloniales deteriorándolos y exigiendo un elevado costo de restauración.  Pero claro, hay que tener contento al electorado, no causando malestar y so pretexto de esto no se toman medidas y acciones paliativas.
El patrimonio cultural se refiere al acervo cultural de una comunidad y esta debe transmitirse a las generaciones presentes y futuras.  El casco colonial es patrimonial no solo por su antigüedad, es patrimonial porque conserva la memoria histórica de nuestra ciudad y como tal es de vital importancia preservarla.
Siento enorme tristeza cuando alguien atenta contra un bien patrimonial, pero siento mayor frustración e impotencia cuando veo a la autoridad de la ciudad cruzada de brazos.
Gigi Briceño