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lunes, 18 de abril de 2016

Cientos de manos unidas por una sola causa


Decir que Quito es una ciudad solidaria habrá resultado fácil pero demostrarlo aunque suene algo vanidoso resultó aún más sencillo. Apenas habían transcurrido horas del fuerte terremoto que nos tomó de sorpresa a los ecuatorianos la tarde del sábado y en la ciudad capital cientos de manos trabajadoras subían, bajaban empacaban, cortaban, seleccionaban, sujetaban y se hacían eco del gran espíritu de solidaridad y humanidad que tenemos los quiteños y que nos caracteriza en cualquier rincón del mundo.

Aún no se había hecho el anuncio ni tampoco recibido ninguna solicitud de apoyo en los medios de comunicación y ya en casa todos empezamos a recoger cuanto podíamos; cosas que fueran de utilidad para donar y tener listo para entregar cuando hiciera falta. 

Conforme las horas pasaron y reaccionábamos a la magnitud del evento, descubriendo los daños causados y el estado de la situación,  enseguida supimos que no solo haría falta dejar lo recogido sino conformar brigadas de apoyo que organizaran  las donaciones y buscaran ayuda para enviar a las zonas afectadas. 

No sé cómo empezamos pero de inmediato el uno llamó al otro, el otro al primo, al vecino, al novio, al marido, al maestro, al compañero, todos en un abrir y cerrar de ojos llegamos a la misma hora y al mismo punto, y como si lo hubiéramos ensayado de manera coordinada ayudábamos con gran fuerza. Yo estuve ayer en el Parque Bicentenario. Allí armamos cientos de fundas y cajas, sin descanso alguno y sin la menor queja fuimos llenando un camión tras otro. 

Con aplausos, gritos, abrazos y sonrisas despedimos a la caravana que llevaba no solo víveres y cobijas sino todo el amor y la solidaridad de hermanos ecuatorianos que aunque físicamente estábamos lejos nunca antes estuvimos tan cerca.

Transcurrieron varias horas y los voluntarios y las donaciones seguían llegando sin parar, gente que traía su ayuda con mensajes llenos de apoyo, entre lágrimas entregaban desde la más grande hasta la más pequeña ayuda. Niños cargados de sus mejores juguetes y dispuestos a entregarlos desinterasadamente. Toda ayuda, todo esfuerzo eran válidos. 

Caía la noche y seguíamos con el trabajo, organizados como hormigas con movimientos sincronizados unos tras otros, nadie se quejó, nadie tenía hambre, nadie tenía sed, nadie tenía que irse ya, más bien cada vez llegaba más gente para apoyar y las ganas de hacer un buen trabajo iban en aumento. 

Nunca vi y sentí tanta buena energía junta. A pesar del dolor que todos llevábamos dentro, puedo decir que sentía mucha alegría de lo que estaba haciendo, un gran orgullo recorría mi interior. Todos los que estábamos allí queríamos entregar lo mejor de nosotros para ayudar a nuestros hermanos, dejando de lado cualquier diferencia política o ideológica nos unimos como nunca antes, y nos convertimos en una sola fuerza difícil de vencer.

Pasarán días, meses para enmendar lo dañado. Las vidas nadie las repondrá jamás, pero el sentimiento de solidaridad y hermandad que hoy nos une siempre estará allí presente. Los quiteños demostramos que somos gente solidaria y tremendamente humana. 



Camila Navas

Voluntaria