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domingo, 23 de octubre de 2016

Mucho ruido y pocas nueces



Hace pocos días se acabó la Convención Mundial Hábitat III en la ciudad de Quito. Si bien es cierto fue de gran importancia que se realice en nuestra ciudad, también es cierto que tuvo a la zona centro en una congestión vehicular permanente durante los días del evento y generó protestas y malestar en los quiteños por la manito de gato que dio la alcaldía a la ciudad para que por lo menos en unos pocos metros a la redonda de donde se sucedía el evento “parezca” una ciudad ordenada, limpia, señalizada y con ciclovías; es decir, una ciudad sostenible, que era el tema medular a tratar durante la conferencia.

Más allá de la crítica del manejo municipal de un evento de tan importante magnitud, pocas veces visto en la franciscana ciudad de Quito, quiero hacer referencia esta vez al tan anunciado evento de la “Fiesta de la luz”, el mega evento cultural que ofreció la alcaldía como evento público a propósito del Hábitat III.

Se anunciaba con bombos y platillos como el gran evento con despliegue de tecnología y como una arriesgada apuesta por iluminar con imágenes en movimiento algunos de los principales edificios patrimoniales del Centro Histórico.  Se anunció que la municipalidad de Lyon sería la gran orquestadora del evento, quienes llevan haciendo la fiesta de las luces por más de trescientos años y que es reconocida a nivel mundial por el despliegue de luminarias, no solo en la técnica del “mapping” (proyección en edificaciones) sino por la puesta en escena de calles enteras iluminadas exquisitamente, comparsas, carros alegóricos y un despliegue de elementos que realmente la hacen ver como una “fiesta” de la luz, nada que ver con lo que pasó en nuestra querida ciudad.

Siete lugares se iluminaron en el Centro Histórico durante cinco noches consecutivas, según datos del propio Municipio asistieron más de un millón y medio de personas y aunque esta cifra para quienes hacen gestión cultural no es nada reprochable, al contrario es una cifra que da cuenta de que en la ciudad hay un público ávido por consumir cultura masivamente, estos datos no dicen lo que realmente pasó tras la multitud de capitalinos que asistimos o “tratamos de asistir” a ver el espectáculo.

Es verdad que los quiteños tenemos fama de ser noveleros y que además de la parafernalia propagandística del Municipio, las redes sociales se llenaban a diario de las fotos y videos que los que asistían al evento publicaban, provocando mayor curiosidad. Esta conjunción de cosas y el hecho de que en Quito no estamos acostumbrados a tener permanentemente una oferta cultural que expongan a sus ciudadanos a eventos de esta naturaleza, hizo que casi la ciudad entera se vuelque a las calles del Centro Histórico durante cinco días.

Luego de la insistencia de mi esposa e hijos, finalmente me decidí ir el miércoles a la “Fiesta de la luz”, el último día. Como sabía que había fútbol y que ya había estado bastante lleno los días anteriores pensamos que no iba a haber gran confluencia de público y nos decidimos a llevar a los niños (como otro novelero más). Llegamos en bus hasta La Marín y empezamos a subir las empinadas calles del Centro Histórico con mis dos pequeños y mi esposa. Desde la  calle Flores ya se empezó a sentir el tumulto, eran cerca de las 20h30 y de pronto al llegar a la Guayaquil el río de gente era impresionante, decidimos seguir subiendo a ver si la congestión era menor más arriba, nuestro objetivo era solamente ver la iglesia de La Compañía y la Plaza Santo Domingo, dos de los puntos principales del evento. La Venezuela otro río increíble, pero al llegar a la García Moreno (calle de La iglesia de La Compañía) la cosa se puso turbia, ni siquiera se podía caminar, empezaron los empujones y pisotones y la turba de gente nos empujaba y nos movíamos arrastrados por la corriente. De pronto una cuadra antes de llegar a la iglesia la cosa se hizo insostenible. Era un verdadero tapón humano, no se movía más la gente, estábamos estancados en esa masa uniforme de personas y la desesperación se apoderó de mis niños. Tomamos la decisión de salir de ahí, ¿qué disfrute iba a haber en ese aplastón masivo? Decidimos salir de ahí a empujones (por que no había otra forma) y logramos zafarnos de eso. Sin embargo quisimos hacer un nuevo intento en la Plaza de Santo Domingo, que al ser una plaza de gran amplitud pensamos que el panorama sería distinto, pero ¡qué va! otra vez más empujones, pisotones y un trancón de igual magnitud. Finalmente tomamos la decisión de abandonar nuestra aventura y regresar a casa sanos y salvos pero con gran frustración por no haber logrado el objetivo.

Los únicos que hicieron su agosto en medio de tanto tumulto fueron los vendedores ambulantes. Me impresionó la oferta gastronómica nunca antes vista en las calles del Centro Histórico: salchipapas, pristiños, choclo asado, colada morada con guagua de pan, empanadas, entre otras delicias culinarias, también tuvieron gran acogida los vendedores de juguetes luminosos para los niños y todos los restaurantes que abrieron sus puertas.  Por lo menos alguien salió ganando de todo esto.

Entiendo que al Municipio se le fue de las manos el control del evento, no esperaban tanta gente, pero si ya vieron que desde el primer día la afluencia era tan grande, ¿por qué no tomaron medidas para organizar de mejor manera los circuitos de visita? No vi un solo policía municipal en todo mi periplo, ni un cartel, ni una guía y si estaban se perdían simplemente en la masa.  Si se organizaba un circuito de visitas bien señalizado tal vez otro hubiera sido el cantar. Me impresionó también que a pesar de ver ese río de gente, muchos fueron con ancianos en sillas de ruedas y bastones, con bebés en coches, y exigían respeto y gritaban por los empujones. ¿Cómo controlar eso? Pues no hay que ir a lugares así con población vulnerable, yo estaba con mis niños de ocho y diez años y ya me parecía que era un poco peligroso exponerlos a semejante maltrato, ¡qué decir de estas personas que no pueden valerse por sí mismas! Así funciona la novelería del quiteño lastimosamente.

En fin, que nos quedamos con las ganas de ver la famosa “Fiesta de la luz”, volvimos cansados, molestos, maltratados. La reflexión aquí es que el Municipio no está listo para albergar un espectáculo de esta naturaleza y les falló la planificación definitivamente, pero también les deja una gran lección: la ciudad de Quito pide a gritos que se hagan más eventos culturales en la ciudad.



Miguel Jiménez