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viernes, 19 de diciembre de 2014

Yo nací aquí

Yo nací en este país que va una alegría y dolor
Con gente linda y con canallas que nos roban la ilusión
Que no le teme al porvenir que no se deja derrotar
Que no me pide visa y al que siempre regresar

Yo nací aquí – Juan Fernando Velasco


Erupción del Guagua Pichincha en 1999
Soy fiel convencida de que tan sólo por el hecho de ser ecuatorianos y vivir en este maravilloso país nacemos con un chip que nos hace más fuertes; y es que honestamente no es fácil vivir en medio de la incertidumbre de estar rodeados de una de las cadenas volcánicas más activas del mundo. Sin duda, tampoco es fácil tener esa herencia de inestabilidad que a ratos puede llegar a paralizar, pero con todo esto de alguna u otra manera el ecuatoriano siempre encuentra la forma de salir adelante,  y es que somos especialistas en ser soñadores y buscar la forma de que ese sueño se cumpla. Lectores, hoy he decidido ser fiel a ese espíritu soñador y contarles que es lo que quiero (y sueño) para mi país y en este caso para mi ciudad; desde ya les pido disculpas si esto suena excesivamente positivo y prometo volver la próxima semana a mi análisis más pensado y habitual sobre lo que pasa en Quito.

Quito es una ciudad rodeada de volcanes, los quiteños no somos conscientes de la fuerza que nos rodea si no hasta el preciso momento en que el Guagua Pichincha decide recordarnos que no es solamente una montaña que decora la ciudad.  Ya nuestros antepasados decidieron instalarse en las faldas de este gran volcán y a lo largo de los años nos hemos ido adaptando a lo que significa vivir así; al estar rodeados de montañas físicamente hay una limitación al cómo la ciudad puede crecer a lo ancho lo que por momentos genera una sensación de ansiedad y hasta un poco de claustrofobia y al tener un parque automotor que crece sin control (parte de ese espíritu soñador es querer acceder a todo) la contaminación se concentra en zonas  de la ciudad. Sin embargo, no hay nada más alhaja como decimos por acá, que caminar por las calles y ver todo lo que la ciudad tiene para ofrecer.

Hasta hace unos años Quito se dividía en la Virgen del Panecillo marcando a quienes vivían en un “norte” más moderno y cambiante y en un “sur” más tradicional, esa distinción auto impuesta no existe más y la ciudad es igual de vibrante sin importar donde uno esté. Los valles de Cumbayá y San Rafael que originalmente se constituyeron en lugares para “huir” de lo que significaba vivir en la ciudad, son ahora zonas ampliamente urbanizadas y tienen los mismos problemas que otras áreas de la ciudad. Yo sostengo que como resultado de esa incertidumbre de vivir rodeado de elementos que pueden acabar con nuestra vida en cualquier momento, nunca se pensó en la necesidad de planificar la ciudad a largo plazo como si el tiempo que viviéramos acá lo estaríamos robando de algún lado. Sin embargo, esa falta de planificación creó una ciudad caótica, ruidosa e inequitativa;  considero que en los últimos años ha habido un cambio en normalizar la ciudad, en hacerla más justa y equitativa, nos guste o no este cambio es el resultado de una forma distinta de administrar la ciudad donde prima el ser humano sobre el capital.

Así, de repente, pude asistir a lugares que antes eran vedados como clubs deportivos privados y en los barrios se dieron talleres para la gente favoreciendo  la integración y la noción de la comunidad. Se  empezó a poner orden en el caos que era la ciudad y esa decisión claramente trajo también problemas, pero como siempre, nos adaptamos. Aprendimos que podemos manifestarnos en las urnas y tomar una decisión sobre quien queremos que nos gobierne y así, la gran mayoría, por cualquier razón (acá no viene al caso) decidió que era necesario un cambio en el timón de la ciudad y se eligieron nuevas autoridades.


Ahora, ese cambio para mí no puede significar que todo lo que la ciudad ganó en años anteriores se pierda ya que nada de eso debería depender de quién esté al frente de la ciudad, si no de qué es lo que se quiere conseguir. Entonces, el Quito que quiero es uno luchador, soñador, equitativo;  también vibrante, energizante, contestatario. Es por esto que he decidido formar parte de este grupo de gente que debate sobre Quito y enfrentar con la cabeza en alto a quienes se limitan a catalogarme como “borrego” y seguiré siendo parte de ese Quito que Vigila.


Rocío Pérez