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jueves, 3 de septiembre de 2015

Hora de renunciar señor Ricaurte




Nuestro optimista Alcalde llegó al Municipio de Quito como parte de una alianza con Antonio Ricaurte, luego de un coqueteo que duró meses; en donde varios candidatos se enfrentaban a la posibilidad de reemplazar al entonces Alcalde Augusto Barrera.

Luego del papelón machista protagonizado por el miembro más joven de la relación, el cual no dudó en atacar a una mujer que tuvo la “osadía” (si se cree su lado de la historia) de aceptar vivir su sexualidad con un hombre que no estaba casado en ese momento y que luego quiso convencer (a través del asesor de comunicación más inútil del planeta), que no se trataba de Ricaurte sino de una persona muy similar a él,  para finalmente aceptar, en una deplorable entrevista, que se trataba de algo privado entre él y su esposa; como si el lanzar a la concejala debajo del bus no fuera algo que debe ser censurado y más bien reducido a un “error privado”.

Este tema explora la relación entre dos personas adultas en edad de consentir, de lo único que se puede juzgar a Cevallos (a mi manera de ver) es de su mal gusto; sin embargo, ¿una figura pública tiene derecho a una vida privada? ¿Lo uno no afecta lo otro? ¿Lo que pasa en la esfera privada no tiene peso en la figura pública?

Los actores políticos en Estados Unidos tienen clara la forma de actuar: una rueda de prensa donde se acepta el error mientras se pide respeto a la privacidad de su familia (como si no hubieran sido los primeros en exponerla), y el pedido de perdón a sus electores por haber usado su oficina pública para satisfacer sus deseos sexuales; luego se retiran calmadamente a la sombra de lo que pudo haber sido una prometedora carrera política.  En la historia política de ese país son contadísimos los casos en los que sucedió todo lo contrario. (como el caso del ex Presidente Bill Clinton).

En el escenario quiteño no hubo tal pedido de perdón y ciertamente no hubo tal desaparición, lo único que hubo fue una rueda de prensa diciendo que será “la última vez” que se refiera a ese tema y que lidiará con las consecuencias de su error “privado” que no debió haber sido público. Como si esta acción  pudiera reducirse a un desliz en un momento de debilidad. En las últimas elecciones 87.909 mujeres votaron por Antonio Ricaurte (votaron por él más mujeres que hombres), todas aquellas que lo hicieron decidieron que algo valía la pena para que forme parte del Concejo.

Antonio Ricaurte como ciudadano tiene derecho a su vida privada, a cometer errores, a formar parte de una familia, a tener relaciones con cualquier persona, el problema es discutir si esto afecta su trabajo o no, con su accionar no sólo mostró machismo, mostró cobardía y una total falta de respeto con quienes lo eligieron y a mi juicio presenta una faceta con la cual uno no puede estar de acuerdo y aceptar que forme parte del cuerpo colegiado que dirige la ciudad.

Autocalificarse como feminista trae problemas, implica en el mejor de los casos, que una se convierta en el chiste con los amigos: la mujer que lucha por los derechos de la mujer. Ricaurte debe renunciar no por su “desliz moral”, por haber “roto los votos matrimoniales” esa no es la discusión, Ricaurte debe renunciar por que perpetúa valores machistas y totalmente fuera de lugar, que no tienen cabida en una sociedad como esta. No tienen ninguna cabida en una administración que habla de “sí se puede vivir mejor”.  Como mujer me enfrento a varias cosas cada día: a las miradas paternalistas de los taxistas que consideran que debería estar casada ya, a las miradas lascivas en la calle, a los comentarios que no quiero, a las bromas subidas de tono en mi lugar de trabajo que debo aceptar, entre tantas otras cosas que debo escuchar de forma permanente.  No quiero verme sometida a esa misma violencia por quien tiene en sus manos la posibilidad de cambiar la forma en la que funciona la ciudad.

Rocío Pérez