Páginas

martes, 20 de octubre de 2015

Memorias de mis putas tristes

Nunca me he acostado con ninguna mujer sin pagarle, y a las pocas que no eran del oficio las convencí por la razón o por la fuerza de que recibieran la plata aunque fuera para botarla en la basura (…) Hasta los cincuenta años eran quinientas catorce mujeres con las cuales había estado por lo menos una vez. (…) Nunca participé en parrandas de grupo ni en contubernios públicos, ni compartí secretos ni conté una aventura del cuerpo o del alma, pues desde joven me di cuenta de que ninguna es impune.

Gabriel García Márquez


Memorias de mis putas tristes


La profesión de ser puta (trabajadora sexual en estos tiempos de corrección política) es una de las más antiguas de la historia, siempre ha traído consigo una fuerte dosis de discriminación y ha sido casi exclusivamente femenina, aunque hay también hombres que venden por dinero la noción de compañía e intimidad física. Ya en tiempos de la liberación femenina no faltaron algunas que quisieron dotarle de una noción de empoderamiento, pues al no jugar con la dinámica de la puta y la santa, una mujer podía ejercer su sexualidad y adicionalmente cobrar por ello, mucho más tarde se empezó la pelea por la reivindicación de derechos laborales de quienes ejercen esta profesión (porque es un trabajo físico como cualquier otro).

Nunca he pagado ni he recibido dinero por tener relaciones, aun cuando varios me han llamado puta por ser una mujer (medianamente[1]) liberada y que ejerzo mi sexualidad como y cuando quiero, además de ser ligeramente indomable y bastante respondona, ahora también acepto que debe ser difícil tener que fingir lo que no pasa por el dinero, pero muchas veces también es difícil fingir interés en el trabajo de uno por un precio. En estos últimos días ha habido varias protestas frente al Municipio de Quito protagonizadas por trabajadoras sexuales que se oponen al cierre de varios hoteles en donde ejercían en el Centro Histórico. Con violencia (aparentemente la única forma de manifestarse ante el silencio de la autoridad) piden que se reconsidere su situación y se garantice las condiciones para que puedan ejercer su derecho al trabajo.

La administración municipal ha dicho que está haciendo un bulevar para que las mujeres puedan ejercer su trabajo. En el Ecuador la prostitución no es ilegal siempre y cuando sea ejercida por mayores de edad. Una zona de tolerancia en teoría faculta un ejercicio menos “peligroso”, y a la vez permite a la autoridad ejercer tareas de control para evitar la proliferación de otros negocios, estos sí ilegales. Si bien es cierto es competencia del Municipio el control sobre el uso del suelo, requiere de un trabajo conjunto con otras instancias (no sólo Policía, si no áreas de protección social), a fin de evitar que la instalación de estas zonas de tolerancia generen más problemas de los que pretenden solucionar. No se ha hecho público dónde se ubicaría esta zona de tolerancia (al hablar de bulevar me viene a la mente la zona roja en Ámsterdam donde se promociona el servicio en las vitrinas como cualquier otro), sin embargo está claro que requerirá un fuerte trabajo con quienes servirán de huéspedes a este nuevo servicio, así  como quienes formarán parte de la nueva zona. Esperemos que el Municipio de Quito conduzca este debate con altura, sin prejuicios y con todas las partes involucradas a fin de evitar un nuevo problema.




[1] Tanto influye en lo que puede significar ser mujer y hombre que no existe tal cosa como una total liberación, todos enfrentamos alguna limitación. 


Sonia Cobo