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miércoles, 12 de agosto de 2015

A propósito del ruido



Estimados lectores, hoy quiero escribir sobre un tema que es clave en la ciudad y que es la contaminación auditiva. Es innegable que el hecho de vivir en una ciudad cada vez más grande aumenta el número de decibeles a los que estamos sometidos por el simple hecho de transitar sus calles. Tal y como decíamos la semana pasada y lo hemos hecho en varias entregas,  la urbanización acelerada de la ciudad tiene como resultado que en Quito los edificios aparezcan de la nada. Tengo una amiga que vive cerca de la Universidad Católica y me contaba que el nivel de ruido es tal, que resulta imposible descansar y que en el Municipio en vez de dar soluciones han puesto todo tipo de trabas para tan solo poner una denuncia. Con esto en mente me puse a investigar si nosotros como ciudadanos estamos protegidos de alguna manera contra la contaminación auditiva.

La Ordenanza 3746 contiene las normas de arquitectura y urbanismo para el DMQ que incluye el requerimiento de presentar planos, temas como equipamiento comunitario y áreas de urbanización. De igual manera la Ordenanza 123 establece los límites para la contaminación auditiva a los “efectos molestos y peligrosos en las personas producidos por la contaminación generada por emisiones de ruido” estableciendo que el Municipio puede, cuando proceda, establecer zonas de restricción.

De igual manera, la Dirección Metropolitana de Medio Ambiente debería determinar los medios y las máquinas que generan ruido para luego controlar su horario de funcionamiento de acuerdo con el área en el que se utilicen. Así la ordenanza establece que:
Para fuentes fijas,  los niveles de presión sonora no podrán superar los mencionados en el cuadro adjunto y deberán ser siempre medidos por la Agencia Metropolitana de Control.

Por el contrario, para fuentes móviles (vehículos y maquinarias de construcción) aplican otras medidas que también deberán ser medidas constantemente por la Agencia de Control. Los procedimientos de inspección por su lado no son tan claros y requieren una serie de oficios por escrito tanto a los inspectores como a los “inspeccionados”,  sin embargo reconforta saber que al menos en teoría estamos protegidos.

Ahora una vez más el problema recae cuando se debe hacer esto realidad, pedir una vez más de la autoridad que haga cumplir la norma y que realice las inspecciones de rigor no solo a las fábricas, si no también a las construcciones nuevas a fin de garantizar que se cumpla nuestros derechos y los quiteños y quiteñas podamos cumplir con nuestras horas de descanso.

Rocío Pérez